Adopción de NOAH

Noah y yo, nuestro primer día.
Recuerdo el día que nos vimos y olimos por primera vez, empezaba la primavera, de nuevo la
vida volvía a brotar con fuerza sirviendo de metáfora para lo que iba a vivir. Mientras la iba a
buscar me imaginaba como sería, aunque ya había visto algunas fotos suyas, me
intranquilizaba descubrir un carácter que no supiera tratar ni entender, además en casa ya
estaban Jana y Luna, como cualquier familia que se preocupan los unos por los otros quería
que todas se llevaran bien.
-Es solo una acogida, unas semanas y todo volverá a la normalidad- pensaba para calmarme.
Llamé al timbre, mis nervios aumentaban ¿Y si no le gusto? ¿Y si no la cuido bien? ¿Y si ahora
se la quieren quedar? ¿Y si…? No me dio tiempo a más dudas, enseguida me encontraba
observándola, allí estaba en un rincón, en su mantita. Ella también quería ver, notaba que algo
pasaba a su alrededor, aunque sus ojos desgarrados por la falta de cuidados no se lo
permitían. Muy despacio me acerqué, olía bien, acababa de pasar por la bañera, deseaba que
mi olor le agradara y confiara en mí.
La chica que se la encontró, rescatándola de una muerte inminente me contó lo poco que
sabía de ella.
-Unos 12 años, en el barrio nadie la conoce, sin chip. Ve muy poco. Es muy buena aunque tiene
su genio. Tiene varios tumores en las mamas- me dijo con la pesadumbre del que se sabe
conocedor que va a decir adiós.
La primera vez que la cogí fue para subirla al coche, sus escasos cuatro kilos apenas opusieron
resistencia. La sujeté con la fuerza y el cuidado con el que se sostiene un bebé humano en
brazos, era lo mismo, aunque con más pelo. Cuando me disponía a dejarla sobre el asiento,
apoyó su cabecita en mi pecho. En ese momento supe que siempre estaríamos juntos.
Formábamos un todo indivisible que ni siquiera la muerte separaría.
Sergio M.